«Conviene que las leyes sean las menos posibles, que sean justísimas, dirigidas al bien común, conocidas al detalle por el pueblo, por lo
que los antiguos las exhibían públicamente escritas sobre un tablero
blanco (el llamado "álbum"), para que fuesen vistas por todos. Es feo
que algunos hagan uso de las leyes como si fuesen trampas para enredar en ellas al mayor número posible, no como quien vela por el interés de la república, sino como quien captura una presa. Finalmente,
redáctense las leyes con palabras claras y sin ambigüedad alguna, para
que no haya necesidad de ese costosísimo linaje de hombres que se
llaman jurisconsultos y abogados . Esta profesión en otro tiempo estuvo reservada a los hombres más excelentes, gozaba de gran dignidad y
no buscaba en absoluto el lucro, pero en la actualidad el afán de ganancias, que todo lo vicia, la ha corrompido.»
I . INTRODUCCIÓN
(ERASMO DE ROTTERDAM, Institutio Principis Christiani, 1516) |